"La conformidad del lecho de Procusto" por Jean Shinoda Bolen

     La conformidad que se exige a los hombres en nuestra cultura patriarcal es como la del lecho de Procusto de la mitología griega. Los viajeros que se dirigían a Atenas eran colocados en esta cama. Si eran demasiado bajos, se les estiraba hasta que daban la medida, como en el potro de tortura medieval; si eran demasiado altos, se les cortaban los pies hasta que encajaban. 
     Algunos hombres encajan perfectamente en el lecho de Procusto, al igual que hay hombres cuyo estereotipo (o las expectativas externas) y arquetipo (o los patrones internos) se adapta correctamente. El éxito les gusta y se sienten cómodos con él. Sin embargo, la conformidad con el estereotipo suele ser un proceso agonizante para un hombre cuyos patrones arquetípicos difieren de lo "que debería ser". Puede parecer que encaja, pero lo cierto es que le ha costado un alto precio representar ese papel, para lo que ha tenido que renunciar a aspectos importantes de sí mismo. Puede que también haya estirado una faceta de su personalidad para estar a la altura de las circunstancias, pero le falta profundidad y complejidad, lo cual hace que su éxito exterior, interiormente no signifique nada para él.
     Los viajeros que pasaban por la prueba de Procusto para llegar a Atenas, puede que se preguntaran si había valido la pena, como les sucede a menudo a los hombres de hoy en día cuando "llegan". William Broyles,Jr., cuando escribió para Esquire, describió con hastío lo vacío que puede ser el éxito:
"Cada mañana me embutía en mi traje, cogía mi maletín, me dirigía a mi espectacular trabajo y moría un poco. Era el redactor jefe de la revistaNewsweek, un puesto que a los ojos de los demás lo tenía todo, salvo que nada tenía que ver conmigo. No me proporcionaba demasiado placer dirigir una gran institución. Yo quería realización personal, no poder. Para mí, el éxito era más peligroso que el fracaso; el fracaso me habría obligado a decidir lo que realmente quería.
La única forma era dejarlo, pero no había dejado nada desde que había abandonado el  equipo de atletismo en el instituto. También había sido infante de marina en Vietnam y los marines están entrenados a llegar hasta la cima de la colina, pase lo que pase. Pero yo ya había llegado; sencillamente odiaba estar allí. Había escalado la montaña equivocada y lo único que podía hacer era bajar y subir otra. No fue fácil: mi trabajo iba más despacio de lo que yo esperaba y mi matrimonio se disolvió.
Necesitaba algo, pero no estaba seguro de qué se trataba. Sabía que quería que me probaran mental y físicamente. Quería triunfar, pero con reglas claras y concretas, que no dependieran de la opinión de los demás. Quería la intensidad y camaradería de una empresa arriesgada. En otros tiempos, puede que hubiere ido hacia el oeste o al mar, pero tenía dos hijos y una maraña de responsabilidades."

     Este hombre tenía poder y prestigio, metas que para alcanzarlas se cobran la mejor parte de la vida de un hombre y que relativamente pocos consiguen. Pero padecía una de las enfermedades más importantes que observo en muchos hombres de mediana edad: depresión leve generalizada. Cuando se nos separa de nuestras fuentes de vitalidad y dicha, la vida resulta insulsa y sin sentido.
      En esta cultura, los hombres llevan ventaja y parecen tener los mejores papeles. No cabe duda de que ostentan los de más poder o mejor remunerados. Sin embargo, muchos hombres padecen depresión que enmascaran con el alcohol, el trabajo excesivo, demasiadas horas delante del televisor, todo ello para conseguir insensibilizarse. Y hay otros muchos que están enojados y resentidos, su hostilidad y rabia se desencadena por cualquier cosa, desde la forma en que conduce alguien hasta la irritante conducta de un niño. Su esperanza de vida tampoco es muy larga. El movimiento feminista expresaba claramente los problemas que tienen éstas al vivir en un patriarcado pero, a juzgar por la cantidad de hombres infelices que hay, parece que vivir en este tipo de sociedad tampoco es bueno para ellos.

Jean Shinoda Bolen
"Los dioses de cada hombre"
Capítulo 1: Hay dioses en todos los hombres.

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